jueves, 8 de octubre de 2015

Godofredo Rangel

Ayer conocí a una maravillosa persona, se llama Godofredo Rangel.
Quizá hoy él no me recuerde ni sospeche cómo, la profundidad de su filosofía de vida ha afectado la mía.

Godofredo conduce una de las muchas embarcaciones que llevan turistas por los manglares de Puerto Pizarro. Pero, no es un guía cualquiera, a diferencia de otros que repiten de paporreta su guión, él comunica, con pasión y admiración por la naturaleza, las maravillas que encierran esos exóticos lugares.

Ayudándome a caminar con el lodo hasta las rodillas por la Isla de las Aves, una gran aventura para una citadina como yo, me enseñó a respetar la intangibilidad de nuestros tesoros nacionales y, con mucha cortesía y ternura me explicó que no podíamos quedarnos para siempre en ese paraíso, que pertenecía a las diferentes especies de aves que anidan en el lugar. Asimismo, al percatarse que yo no quería soltar una cría de cocodrilo que logré atrapar, con genuina emoción me explicó que por más encariñada que yo estuviera no me la podía llevar a casa, “crecen y son muy peligrosas”.

Como a los 15 años, siendo todavía un joven imberbe salió de su pueblo natal ubicado en algún lugar remoto de las serranías piuranas hacia la aventura en la gran ciudad de Lima, llevando consigo solo una dirección escrita en un pedazo de papel.

Como en su primer día de trabajo se le sancochaban los pollos antes de que él, novato en el oficio, pudiera sacarle las plumas! y como en poco tiempo adquirió tal habilidad que pelaba un pollo por mano en apenas 5 segundos!.

Con ese afán de superación característico de nosotros los peruanos, llegó a ser vendedor-distribuidor de chocolates de una gran fábrica limeña, contando entre sus principales clientes a los más selectos clubes limeños e importantes instituciones gubernamentales.
 Me narró como, cuando tenía 22 años renunció a la fábrica y se embarcó hacia la selva (“al monte” dijo) con la ilusión de hacerse rico en poco tiempo; aventura que abortó al enterarse, en el camino, del tipo de “negocio” que se trataba.

Sin trabajo y sin un sol partido en el bolsillo, llega a Tumbes e incursionó en la pesca artesanal: “…la pesca artesanal de meros gigantes, es una constante medición de fuerzas entre el hombre y el pez. Si el pez es más fuerte y gana la batalla, se va libre y con derecho. Si gana el hombre, habrá comida para la familia. Así, uno se gana el pan de cada día, en una pelea limpia, de igual a igual. Cada vez que sales al mar, sabes que vas a luchar con la naturaleza y cuando regresas con el bote cargado, te sientes un triunfador” me dijo.

10 años lucho diariamente con la naturaleza y con los meros, y se sintió un triunfador! hasta aquel mal día en que en pleno altamar, unos “piratas modernos” le dispararon para robarle la carga. Nunca más salio a pescar… dedicándose, luego de largos meses de recuperación, a guiar turistas por los maravillosos Manglares de Puerto Pizarro.

Ese es el gran Godofredo Rangel mi guía en los manglares de Tumbes.