lunes, 10 de diciembre de 2018

Mi Amor

Cuando nació, su madre le dijo: 

“Eres mi amor… y estás destinado a ser dulce y bondadoso por siempre”. 
Y él es exactamente eso, para ella y para todos aquellos que hoy lo disfrutamos y lo amamos.

Dentro de esa masculina figura de hombre guapo, maduro y profesional, se mantiene escondida una personal dulce y bondadosa, uno de los mejores seres humanos que haya conocido jamás.

Aunque, él cree que su calidez es secreta, que está oculta debajo de su adusto actuar, su aguda inteligencia e irónico discurso.

Es uno de los amigos más leales que haya tenido. Me protege de mi misma, me impulsa a perseguir mis sueños, a seguir a delante, y lo hace con amor, paciencia y fidelidad, sin intereses ni egoísmos.  
Es mi océano calmo, mi faro, mi refugio, mi orilla ... es a quien yo recurro cuando me siento perdida o decepcionada, basta sólo una de sus sabias palabras o uno de sus tiernos abrazos para calmar mi ansiedad y regresar a ser yo otra vez.

Pero, seamos cuidadosos, que no sepa que ya lo sabemos, dejémoslo creer que su secreto está bien guardado. 
Porque él para mí también es “mi amor” … pero todavía no lo sabe.

martes, 16 de octubre de 2018

Bienvenido Cáncer querido!!!



Dios tronó los dedos y mi vida dio un drástico cambio, no de esos de 360° en los que damos la vuelta y terminamos en el mismo sitio donde empezamos como si nada hubiera pasado; no, éste fue de 180°. Uno que me hizo re valorar mi vida y pensar lo que era valioso y que no.

Luego de unos análisis y exámenes me confirmaron lo que ya sospechaba, que el pequeño trastorno en mi seno era cáncer en estadio III.

Esas simples palabras me envolvieron en un torbellino de pensamientos y preocupaciones, pero decidí postergarlas y sólo compartir la noticia con mi esposo, ya que en ese momento era más importante para mi ser mamá y finalizar unas gestiones que estaba realizando para mí hijo, que podrían definir su futuro, su vida.
2 días antes de que yo pudiera decir “misión cumplida” como madre, sufrí el robo de una importante suma de dinero y el rompimiento de mi matrimonio.  
Así me tocó afrontar el momento de mi verdad, ese que lo había postergado por algún tiempo.  

Vaya que fue un cambio de 180°.

Durante los siguientes meses se sucedieron las pavorosas quimioterapias y sus temerarios efectos secundarios, asumir la mutilación de mi cuerpo y que mi vida cambiaría a partir de ese momento, no sin antes pasar por la incertidumbre de ¿Cuánto tiempo de vida me queda?, pregunta irremediablemente relacionada con el cáncer.

Sin embargo, ¡Estoy muy agradecida! ¿Cómo no estarlo?





El cáncer me obligó a crecer y apreciar la vida de una forma diferente: corta o larga, no importa; pero llena de momentos brillantes, llenos de luz, alegría… días inolvidables, y también difíciles, de duelo y de dolor… lo que fuera. Hoy no estoy libre del cáncer, pero veo la vida con optimismo, es una aventura llena de retos, experiencias y aprendizajes… ¡Es Vida!

Me enseñó a valorar mi tiempo, a entender la frase “mejor sola que mal acompañada”, a valorar la verdadera amistad, el verdadero amor y las sinceras muestras de solidaridad.
A darme cuenta que Dios siempre estuvo conmigo, cuidándome, guiándome, acompañándome, ¡Que he sido bendecida con la vida!

domingo, 18 de marzo de 2018

El Joven Inmigrante


(segunda entrega)


Los tiempos no se calmaron y durante años las acciones bélicas se sucedieron una tras otra. No sólo en China sino en todo el mundo, como la segunda guerra mundial y la cruenta invasión japonesa a China, que se extendieron hasta 1945, el inmediato inicio de una no menos feroz guerra civil en China entre nacionalistas y comunistas, que en 1949 decantó en la creación de la República Popular China.
A la distancia, con limitada por no decir ninguna información de la familia en ultramar, mi padre sufrió el profundo dolor de no poder ayudar a los suyos como a él le hubiese gustado y, principalmente como lo había prometido.  
Se desvivía por enviar dinero cada vez que le fuera posible y de todas las formas imaginables, sin tener la certeza que las remesas llegasen a manos de sus padres y, en caso así fuera, que el dinero les fuese de alguna utilidad.

En 1945, mi padre conoció a una bella y joven peruana, María, mi madre, con quien formó una familia compuesta por 4 hijos, 3 mujeres y 1 hombre.
En general, Julio fue un hombre de pocas palabras, pero poseedor de una dulce y tierna sonrisa capaz de llenar de luz la habitación donde se encontraba. La llegada al mundo de cada uno de sus hijos no sólo lo hizo sonreír, sonrió tanto que llenó de luz y felicidad a todos parroquianos del pueblo que lo apreciaban y respetaban por su conducta y buen corazón. Esos fueron momentos en los que amainaba el dolor por su familia y lo elevaban a tal nivel de júbilo y de incredibilidad que no dejaba de ir a mirarnos una y otra vez, como si no creyese que fuéramos parte suya, y porque nuestra piel amarillenta y ojitos rasgados representan la continuidad de su sangre china en un país distante, país que desde el momento de nuestro nacimiento, hizo suyo.  
El nacimiento de su hijo varón fue el éxtasis de su realización, así aseguraba la continuidad del apellido Cam y cumplía con una de las principales promesas que le hizo a su padre. Lo registró como Julio ante las leyes peruanas y lo nombró Yuc Tong en honor a su hermano mayor, el aviador, el héroe que murió en la guerra luchando por su país y a quien mi padre reemplazó en el viaje a Perú.

Recién en la década de los setenta Julio cumplió su sueño de regresar a China, se reencontró con los hermanos que había dejado pequeños y conoció a los nuevos que no habían nacido cuando él partió. Y, después de muchos años pudo honró a sus padres, quienes sobrevivían quizá esperando ver al hijo que enviaron a la aventura en el pasado.


Hoy guardo en mi memoria muchos momentos compartidos con mi padre, como cuando me hacia las tareas del nido porque “a mí se me cansaba la mano” exigiéndole que “escribiera feo” para que la profesora no se diera cuenta (mi padre tenía una bella caligrafía por su formación en la escritura china), la infinidad de notas, por cierto muy ceremoniosas, que intercambiábamos para comunicarnos cuando por su horario de trabajo no nos veíamos, o cuando me curaba las rodillas ensangrentadas o el labio partido por jugar con mi hermano y sus amigos; él me decía que una niña no debía participar de juegos tan rudos.
En el fondo se sentía orgulloso que yo fuese tan traviesa, lo sé porque cuando mi madre le daba las quejas por mis travesuras como subirme a los árboles detrás de las ardillas o para cazar pajaritos, irme de excursión con los chicos del barrio en búsqueda de reliquias incaicas, se ponía muy serio para luego, en privado sonreír, con esa dulce y tierna sonrisa capaz de llenar de luz mi vida.
Quizá le recordaba sus propias travesuras, en una oportunidad mientras construíamos cometas para “elevarlas hasta el infinito y tocar con ellas las nubes”, nos narró a mi hermano mayor y a mi cómo había utilizado el papel de los cuadernos para construir cometas, “Unas más bellas y grandes que otras” comentó, y finalizó diciendo, “Valió la pena el castigo que me puso el abuelo”.

Pero lo más valioso que guardo de mi padre son sus consejos, siempre escuetos, siempre oportunos, siempre sabios, y justamente por sabios muchas veces rechazados por la impulsiva y joven chiquilla que era yo para entonces y que quería aprender teniendo sus propias experiencias. Así como las cosas que hizo para mí o por mí, sin decir palabra alguna para que yo no me diera cuenta, pero que marcaron mi vida, mi destino. Detalles que hasta hoy me siguen enseñando, me siguen retando, me obligan a crecer.

Desde hace dos décadas mi padre Don Julio Cam ya no está físicamente con nosotros, pero sé que está orgulloso que sus descendientes, sus nietos, al igual que él, bajo circunstancias diferentes, hoy son inmigrantes del mundo.

sábado, 17 de marzo de 2018

El Joven Inmigrante

(primera entrega)


Mientras observaba el ondulante danzar de las olas del mar y camino hacia distantes tierras desconocidas al otro lado del mundo, desfilaban por su mente escenas de su feliz y despreocupada vida de tan solo 16 años. No tenía la menor idea de las infinitas experiencias que su otra vida le tenía reservadas.

El joven inmigrante nació en 1918, en un municipio de Guandzhou, Cantón, el mismo año que terminó la Primera Guerra Mundial. Sus primeros 15 años de vida transcurrieron en su pueblo, donde logró asistir a la escuela dentro de una China convulsionada, con intervención militar japonesa, en medio de luchas internas y rebeliones comunistas. Era el segundo hijo varón de la familia Cam.

A mediados del año 1932 su padre, quien como una de las autoridades de su pueblo tenía acceso a información quizá algo confidencial, vaticinó la llegada de tiempos aún peores a los vividos, por lo que se propuso la monumental tarea de poner a buen recaudo a sus descendientes. La primera oportunidad, que luego descubriría sería la única, se presentó en 1934, cuando el hijo de nacionalidad peruana de una familia de inmigrantes chinos falleció en el pueblo y su familia decidió utilizar el pasaporte para ayudar a otro joven a dejar China. Inicialmente se escogió el mayor de los hermanos Cam, pero el destino no lo permitió. Cam Yuc Tong murió inesperadamente producto de la violencia que los rodeaba, la guerra. Así fue como Cam Ling Sang tomó posta.
  
El viaje de China a Perú le tomó 3 largos meses, tiempo que utilizó para indagar entre los tripulantes sobre las costumbres y aprender algo del idioma de la tierra que lo albergaría durante el resto de su vida.

Sin lugar a duda, durante los largos y tristes días y noches del viaje, Ling Sang sintió angustia y desolación, sabiendo a sus seres queridos expuestos a la violencia. Pero, fueron esos mismos sentimientos los que le dieron las fuerzas necesarias para enfrentarse a su incierto futuro. Sobre sus hombros recaía asegurar la continuidad del apellido, proveer desde el extranjero lo necesario para la subsistencia de la familia en la China y buscar alternativas para que más de los suyos migren de China.

El plan original hablaba de un alejamiento temporal,  en China quedó postergado el compromiso de matrimonio con una joven muchacha a quien él no conocía. Este matrimonio, como era costumbre, había sido concertado por mi abuelo.

En el Perú lo registraron como Julio Cam Win y fue cobijado por un tiempo en el hogar de uno de sus paisanos.

Nada le fue fácil, pero se esforzó tanto que al cabo de poco tiempo y con tan sólo 22 años de edad, Julio hablaba y escribía en un español muy fluido y, como muchos otros inmigrantes chinos, ya era propietario de 2 pequeños negocios.

Mamá sobre protectora… suegra celosa





La verdad es que lloré todo noviembre: en mi cama, en la oficina, en el auto, en el supermercado, en cualquier lugar. Las lágrimas simplemente brotaban de manera espontánea. Al principio, me sentí obligada a inventar “razones”, unas más tontas que otras, para justificarlas ante los desconcertados espectadores y mientras lo hacía me preguntaba ¿Y ahora que hago para controlar la mezcolanza de sentimientos encontrados que tengo?, miedos, ilusiones, temores, incertidumbres, todo esto ante el inminente matrimonio de Roberto, mi hijo menor: ¡Mi bebé! ¡Mi cómplice!
Un año atrás se habían comprometido en matrimonio. Allá, en las alturas de Macchu Picchu,  él, de rodillas y con el corazón palpitando tan fuerte que se le salía del pecho, locamente enamorado le pidió la mano, prometiéndole amor para toda la vida; ella le dio el sí y nuestros apus los bendijeron bañándolos con una torrencial y sagrada lluvia.

Aquí debo mencionar que Roberto ya había dejado la casa familiar 9 años atrás, y migrado fuera del país en busca de una maestría. Y recuerdo, como si hubiese sido ayer, cuando lo despedí en el aeropuerto con un beso y miles de consejos y advertencias, muy segura de que regresaría en tan sólo 12 meses. Durante estos años siempre estuvimos en contacto y gracias a la maravilla del internet, participé de sus experiencias y vivencias; Roberto pedía mi opinión para la tomar de decisiones trascendentales en su vida como el alquiler de su vivienda, el contenido de documentos legales, sus viajes, sus estratégicas profesionales, sus empleos… sus ascensos, así como también sus alegrías, angustias o preocupaciones por situaciones inesperadas, inusuales o difíciles. Siempre procuré estar a su disposición cuando me requiriese, sin importar si era media noche o si yo tenía que dejar una reunión importante para atenderlo. De igual forma, durante estos años, y con mucho orgullo, he visto como ha ido madurando y requiriendo cada vez menos de mis consejos.   
Si pues, no es que yo no estuviera advertida, más aún, desde que me anunciaron la fecha y el lugar del matrimonio, hice miles de planes: quienes viajaríamos, el itinerario, el clima, la ropa, etc. Etc. Pero ni remotamente se me cruzó por la cabeza que afloraría en mi toda esa sensibilidad… ¿de madre sobre protectora? No sé…

Cuanto hubiera dado para que la lloradera amainara antes de partir a su encuentro o después de verlo tan feliz en el aeropuerto con Ivy, su novia. Pero no, no paró. Peor aún, produjo desconcierto en mi hijo quien no estaba advertido de mi situación de plañidera y quien, hasta ese momento, me consideraba una persona cuerda y ecuánime.
El viaje lo estructuramos en tres etapas, en la primera compartiríamos unos días mi hijo Roberto y yo, en la segunda nos integraríamos con su nueva familia política y finalmente la etapa de la boda propiamente dicha.

¿Si les digo que disfruté muchísimo los primeros días al lado de Roberto y Ivy me creen?

¡Pues créanme! Fueron días realmente maravillosos, visitando lugares de ese país tan remoto y misterioso para mí y del cual tenía información parcializada y diferente a la que constaté. Aprendí algo sobre su organización, su idiosincrasia, su gente y sus costumbres… pero lo más importante fue descubrir al Roberto de hoy en su mundo, el que ha ido creado durante estos 9 años de vida independiente, lejos del núcleo familiar y que gira alrededor de Ivy de quien está tan enamorado, que no tiene reparos en mostrar su amor por ella, con magnanimidad, con desprendimiento, con generosidad, con ternura sobre protectora. 
Es en esencia mi muchacho, con más experiencia, más maduro, más mundo, que lo hacen mucho más tolerante y caballeroso, más hombre, pero mi muchacho al fin. Ese ser dulce, sensible, amoroso, inteligente, organizado y detallista, que se marchó con una valija llena de sueños, metas y objetivos de vida. Metas  en las que ha ido avanzando a paso firme y que pude constatar continúan dentro de sus planes.

Nuestro Hogar


No siempre los padres somos los maduros ni los que tomamos las decisiones correctas en la familia, un claro ejemplo de ello fue cuando mis hijos y yo decidimos vender nuestra casa cerrando así un capítulo difícil de nuestras vidas e iniciando una nueva etapa, con mucha ilusión y esperanza.
Pusimos la casa en venta y vaya sorpresa que nos dimos al obtener un comprador en tan corto tiempo; quien seguramente nos vio cara de honrados porque aceptó pagar al contado y que le entreguemos la casa 30 días después..
Iniciamos así una carrera contra el tiempo en busca de nuestro nuevo hogar, repartiéndonos las tareas entre los tres. 
Todas las tardes al regresar del colegio, Yucsan de 17 años y Roberto de 13,  debían llamar a los corredores de inmuebles, hacer citas y visitar los departamentos que se ajustasen a nuestras necesidades. Los fines de semana los tres reconsiderábamos las propiedades que a ellos les había interesado y dábamos vueltas por las zonas de nuestro interés.
Durante esas escasas tres semanas sentimos que los días pasaban con mucha velocidad y al mismo tiempo nuestras jornadas eran largas e intensas, nos levantábamos a las 6 a.m. y nos acostábamos super cansados pasadas las 10 p.m., luego de nuestras charlas de intercambio de experiencias y hallazgos del día.
Mis muchachos comentaban como vendedores no los tomaban en serio al verlos tan jóvenes, para luego sorprenderse ante preguntas que quizá no recibían normalmente de compradores menos acuciosos. Al mismo tiempo, yo me enorgullecía al verlos tomar la iniciativa y negociaban reducción de precios, plazos de entrega o beneficios adicionales cuando les interesaba una propiedad.
Al pasar los días, nuestra angustia por encontrar un lugar apropiado crecía precipitadamente, al punto que a Yucsan y a mí nos empezaron a gustaban prácticamente todos los departamentos que veíamos, asignándoles características irreales con expresiones como: ¡Realmente, no es tan oscuro como pareció al principio! ¡Hmmmm creo que si me gusta este acabado, no e tan rococo! o, ¡Sinceramente no me incomoda que no tenga closets! Así, en medio de nuestra traicionera desesperación, el lunes anterior al vencimiento del plazo, Yucsan y yo decidimos comprar un departamento que no sólo no reunía las condiciones que habíamos definido sino que además se encontraba en el décimo octavo piso de un viejo edificio en Miraflores con un ascensor para museo.
Pero, Roberto se opuso firmemente y al ver que nosotros no entrábamos en razón y persistíamos en nuestra loca decisión, nos amenazó con no mudarse con nosotros, conminándonos a buscar soluciones alternativas o temporales y, a intensificar nuestros esfuerzos de búsqueda.
Gracias a Dios y la buena providencia, esa misma tarde encontramos NUESTRO nuevo hogar, ése que amamos y que ha sido testigo de muchas vivencias juntos.