Dios
tronó los dedos y mi vida dio un drástico cambio, no de esos de 360° en los que
damos la vuelta y terminamos en el mismo sitio donde empezamos como si nada
hubiera pasado; no, éste fue de 180°. Uno que me hizo re valorar mi vida y
pensar lo que era valioso y que no.
Luego
de unos análisis y exámenes me confirmaron lo que ya sospechaba, que el pequeño
trastorno en mi seno era cáncer en estadio III.
Esas
simples palabras me envolvieron en un torbellino de pensamientos y preocupaciones,
pero decidí postergarlas y sólo compartir la noticia con mi esposo, ya que en ese momento era más importante para mi ser
mamá y finalizar unas gestiones que estaba realizando para mí hijo, que podrían
definir su futuro, su vida.
2
días antes de que yo pudiera decir “misión cumplida” como madre, sufrí el robo de una importante suma de dinero y el
rompimiento de mi matrimonio.
Así
me tocó afrontar el momento de mi verdad, ese que lo había postergado por algún
tiempo.
Vaya
que fue un cambio de 180°.
Durante
los siguientes meses se sucedieron las pavorosas quimioterapias y sus
temerarios efectos secundarios, asumir la mutilación de mi cuerpo y que mi vida
cambiaría a partir de ese momento, no sin antes pasar por la incertidumbre de
¿Cuánto tiempo de vida me queda?, pregunta irremediablemente relacionada con el
cáncer.
Sin
embargo, ¡Estoy muy
agradecida! ¿Cómo
no estarlo?
El
cáncer me obligó a
crecer y
apreciar la vida de una forma diferente: corta o larga, no importa; pero llena
de momentos brillantes, llenos de luz, alegría… días inolvidables, y también
difíciles, de duelo y de dolor… lo que fuera. Hoy no estoy libre del cáncer,
pero veo la vida con optimismo, es una aventura llena de retos, experiencias y
aprendizajes… ¡Es
Vida!
Me
enseñó a valorar mi
tiempo, a
entender la frase “mejor sola que mal acompañada”, a valorar la verdadera
amistad, el verdadero amor y las sinceras muestras de solidaridad.
A
darme cuenta que Dios siempre estuvo conmigo, cuidándome, guiándome,
acompañándome, ¡Que he
sido bendecida con la vida!