Mi corazón latía cual caballo a galope, se salía de
mi pecho!
Manos crispadas, moradas, duras, dos rocas.
Uñas clavadas. Profundos surcos indoloros.
Mis ojos ya vidriosos, se esforzaban por
esclavizar esas lágrimas.
Diminutas, insignificantes, revoltosas, con
equivoco derecho a mostrarse.
Incontenibles gotas de hondo lamento, las de nunca
en mi.
Mi mente permanecía en blanco y al mismo tiempo,
ráfagas de relatos compartidos, de momentos
deseados,
de sensaciones, de sentimientos, de pasiones…
Sólo entonces, mi boca habló suplicante:
Y ahora, ¿Qué hago con todo este amor por ti?