sábado, 17 de marzo de 2018

Mamá sobre protectora… suegra celosa





La verdad es que lloré todo noviembre: en mi cama, en la oficina, en el auto, en el supermercado, en cualquier lugar. Las lágrimas simplemente brotaban de manera espontánea. Al principio, me sentí obligada a inventar “razones”, unas más tontas que otras, para justificarlas ante los desconcertados espectadores y mientras lo hacía me preguntaba ¿Y ahora que hago para controlar la mezcolanza de sentimientos encontrados que tengo?, miedos, ilusiones, temores, incertidumbres, todo esto ante el inminente matrimonio de Roberto, mi hijo menor: ¡Mi bebé! ¡Mi cómplice!
Un año atrás se habían comprometido en matrimonio. Allá, en las alturas de Macchu Picchu,  él, de rodillas y con el corazón palpitando tan fuerte que se le salía del pecho, locamente enamorado le pidió la mano, prometiéndole amor para toda la vida; ella le dio el sí y nuestros apus los bendijeron bañándolos con una torrencial y sagrada lluvia.

Aquí debo mencionar que Roberto ya había dejado la casa familiar 9 años atrás, y migrado fuera del país en busca de una maestría. Y recuerdo, como si hubiese sido ayer, cuando lo despedí en el aeropuerto con un beso y miles de consejos y advertencias, muy segura de que regresaría en tan sólo 12 meses. Durante estos años siempre estuvimos en contacto y gracias a la maravilla del internet, participé de sus experiencias y vivencias; Roberto pedía mi opinión para la tomar de decisiones trascendentales en su vida como el alquiler de su vivienda, el contenido de documentos legales, sus viajes, sus estratégicas profesionales, sus empleos… sus ascensos, así como también sus alegrías, angustias o preocupaciones por situaciones inesperadas, inusuales o difíciles. Siempre procuré estar a su disposición cuando me requiriese, sin importar si era media noche o si yo tenía que dejar una reunión importante para atenderlo. De igual forma, durante estos años, y con mucho orgullo, he visto como ha ido madurando y requiriendo cada vez menos de mis consejos.   
Si pues, no es que yo no estuviera advertida, más aún, desde que me anunciaron la fecha y el lugar del matrimonio, hice miles de planes: quienes viajaríamos, el itinerario, el clima, la ropa, etc. Etc. Pero ni remotamente se me cruzó por la cabeza que afloraría en mi toda esa sensibilidad… ¿de madre sobre protectora? No sé…

Cuanto hubiera dado para que la lloradera amainara antes de partir a su encuentro o después de verlo tan feliz en el aeropuerto con Ivy, su novia. Pero no, no paró. Peor aún, produjo desconcierto en mi hijo quien no estaba advertido de mi situación de plañidera y quien, hasta ese momento, me consideraba una persona cuerda y ecuánime.
El viaje lo estructuramos en tres etapas, en la primera compartiríamos unos días mi hijo Roberto y yo, en la segunda nos integraríamos con su nueva familia política y finalmente la etapa de la boda propiamente dicha.

¿Si les digo que disfruté muchísimo los primeros días al lado de Roberto y Ivy me creen?

¡Pues créanme! Fueron días realmente maravillosos, visitando lugares de ese país tan remoto y misterioso para mí y del cual tenía información parcializada y diferente a la que constaté. Aprendí algo sobre su organización, su idiosincrasia, su gente y sus costumbres… pero lo más importante fue descubrir al Roberto de hoy en su mundo, el que ha ido creado durante estos 9 años de vida independiente, lejos del núcleo familiar y que gira alrededor de Ivy de quien está tan enamorado, que no tiene reparos en mostrar su amor por ella, con magnanimidad, con desprendimiento, con generosidad, con ternura sobre protectora. 
Es en esencia mi muchacho, con más experiencia, más maduro, más mundo, que lo hacen mucho más tolerante y caballeroso, más hombre, pero mi muchacho al fin. Ese ser dulce, sensible, amoroso, inteligente, organizado y detallista, que se marchó con una valija llena de sueños, metas y objetivos de vida. Metas  en las que ha ido avanzando a paso firme y que pude constatar continúan dentro de sus planes.

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