sábado, 17 de marzo de 2018

Nuestro Hogar


No siempre los padres somos los maduros ni los que tomamos las decisiones correctas en la familia, un claro ejemplo de ello fue cuando mis hijos y yo decidimos vender nuestra casa cerrando así un capítulo difícil de nuestras vidas e iniciando una nueva etapa, con mucha ilusión y esperanza.
Pusimos la casa en venta y vaya sorpresa que nos dimos al obtener un comprador en tan corto tiempo; quien seguramente nos vio cara de honrados porque aceptó pagar al contado y que le entreguemos la casa 30 días después..
Iniciamos así una carrera contra el tiempo en busca de nuestro nuevo hogar, repartiéndonos las tareas entre los tres. 
Todas las tardes al regresar del colegio, Yucsan de 17 años y Roberto de 13,  debían llamar a los corredores de inmuebles, hacer citas y visitar los departamentos que se ajustasen a nuestras necesidades. Los fines de semana los tres reconsiderábamos las propiedades que a ellos les había interesado y dábamos vueltas por las zonas de nuestro interés.
Durante esas escasas tres semanas sentimos que los días pasaban con mucha velocidad y al mismo tiempo nuestras jornadas eran largas e intensas, nos levantábamos a las 6 a.m. y nos acostábamos super cansados pasadas las 10 p.m., luego de nuestras charlas de intercambio de experiencias y hallazgos del día.
Mis muchachos comentaban como vendedores no los tomaban en serio al verlos tan jóvenes, para luego sorprenderse ante preguntas que quizá no recibían normalmente de compradores menos acuciosos. Al mismo tiempo, yo me enorgullecía al verlos tomar la iniciativa y negociaban reducción de precios, plazos de entrega o beneficios adicionales cuando les interesaba una propiedad.
Al pasar los días, nuestra angustia por encontrar un lugar apropiado crecía precipitadamente, al punto que a Yucsan y a mí nos empezaron a gustaban prácticamente todos los departamentos que veíamos, asignándoles características irreales con expresiones como: ¡Realmente, no es tan oscuro como pareció al principio! ¡Hmmmm creo que si me gusta este acabado, no e tan rococo! o, ¡Sinceramente no me incomoda que no tenga closets! Así, en medio de nuestra traicionera desesperación, el lunes anterior al vencimiento del plazo, Yucsan y yo decidimos comprar un departamento que no sólo no reunía las condiciones que habíamos definido sino que además se encontraba en el décimo octavo piso de un viejo edificio en Miraflores con un ascensor para museo.
Pero, Roberto se opuso firmemente y al ver que nosotros no entrábamos en razón y persistíamos en nuestra loca decisión, nos amenazó con no mudarse con nosotros, conminándonos a buscar soluciones alternativas o temporales y, a intensificar nuestros esfuerzos de búsqueda.
Gracias a Dios y la buena providencia, esa misma tarde encontramos NUESTRO nuevo hogar, ése que amamos y que ha sido testigo de muchas vivencias juntos. 

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