No siempre los padres somos los
maduros ni los que tomamos las decisiones correctas en la familia, un claro ejemplo
de ello fue cuando mis hijos y yo decidimos vender nuestra casa cerrando así
un capítulo difícil de nuestras vidas e iniciando una nueva etapa, con mucha
ilusión y esperanza.
Pusimos la casa en venta y vaya sorpresa que nos dimos al obtener un comprador en tan corto tiempo; quien seguramente nos vio cara de honrados porque aceptó pagar al contado y que le entreguemos la casa 30 días después..
Iniciamos así una carrera contra
el tiempo en busca de nuestro nuevo hogar, repartiéndonos las tareas entre los
tres.
Todas las tardes al regresar del colegio, Yucsan de 17 años y Roberto de 13, debían llamar a los corredores de inmuebles, hacer citas y
visitar los departamentos que se ajustasen a nuestras necesidades. Los fines
de semana los tres reconsiderábamos las propiedades que a ellos les había interesado y dábamos
vueltas por las zonas de nuestro interés.
Durante esas escasas tres semanas
sentimos que los días pasaban con mucha velocidad y al mismo tiempo nuestras
jornadas eran largas e intensas, nos levantábamos a las 6 a.m. y nos
acostábamos super cansados pasadas las 10 p.m., luego de nuestras charlas de
intercambio de experiencias y hallazgos del día.
Mis muchachos comentaban como vendedores no los tomaban en serio al verlos tan jóvenes, para luego sorprenderse ante preguntas
que quizá no recibían normalmente de compradores menos acuciosos. Al mismo tiempo, yo me enorgullecía
al verlos tomar la iniciativa y negociaban reducción de precios, plazos de
entrega o beneficios adicionales cuando les interesaba una propiedad.
Al pasar los días, nuestra angustia
por encontrar un lugar apropiado crecía precipitadamente, al punto que a Yucsan
y a mí nos empezaron a gustaban prácticamente todos los departamentos que veíamos,
asignándoles características irreales con expresiones como: ¡Realmente, no es tan oscuro
como pareció al principio! ¡Hmmmm creo que si me gusta este acabado, no e tan rococo! o, ¡Sinceramente no me incomoda
que no tenga closets! Así, en medio de nuestra traicionera desesperación, el
lunes anterior al vencimiento del plazo, Yucsan y yo decidimos comprar un
departamento que no sólo no reunía las condiciones que habíamos definido sino
que además se encontraba en el décimo octavo piso de un viejo edificio en
Miraflores con un ascensor para museo.
Pero, Roberto se opuso firmemente y al ver que nosotros no entrábamos en
razón y persistíamos en nuestra loca decisión, nos amenazó con no mudarse con
nosotros, conminándonos a buscar soluciones alternativas o temporales y, a
intensificar nuestros esfuerzos de búsqueda.
Gracias a Dios y la buena providencia, esa misma
tarde encontramos NUESTRO nuevo hogar, ése que amamos y que ha sido testigo de muchas
vivencias juntos.
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